Cromatismo
El adicto al rojo atravesó una cama king size en los carriles central de la a seis, justo a la altura perfecta para ver las sábanas ondear desde el paso elevado que estaba medio kilómetro más atrás. Tomó un cartón de palomitas, su silla plegable y se sentó a disfrutar del festival de frenazos del atardecer, y después con el atasco y con el principio de la oscuridad la larga indiana de luces rojas que iban encendiéndose según llegaban nuevos coches. Con lo que no contaba era con la sangre de aquel tarado que empotró a ciento cincuenta su Altea contra el sedán que le precedía, tan ocupado en su teléfono rojo llamando a Moscú que ni siquiera pudo ver la muerte de frente. Entonces, como en las películas de terror, sí que se organizó una rojería siete en la escala pantone, y vinieron los bomberos y sus camiones rojos de sirenas y las ambulancias de la cruzroja y los autobuses rojos del ayuntamiento de Madrid tuvieron que quedarse a las puertas del atasco porque en la autopista no había car...